• warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #2 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 275.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #1 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 278.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #2 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 275.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #1 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 278.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #1 is not an array in /home/acervono/public_html/themes/newsflash014/themes/newsflash/template.php on line 28.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #2 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 275.
  • warning: array_merge() [function.array-merge]: Argument #1 is not an array in /home/acervono/public_html/includes/theme.inc on line 278.
“Rey que no hace justicia
no debía de reinare,
ni cabalgar en caballo,
ni espuela de oro calzare,
ni comer pan en manteles
ni con la Reina holgare,
ni oír misa en sagrado
porque no merece mase…”

 

Notario José Luis Aguirre Anguiano

El ?lósofo madrileño José Ortega y Gasset, cuyo pensamiento seguiré muy de cerca en este ensayo, escribió en 1930, ante la perspectiva del fenómeno histórico del fascismo emergente y el bolchevismo ya entronizado –tratando de explicarse no sólo los totalitarismos y la violencia, sino las formas de vida entonces emergentes en Europa–, una obra ahora clásica, que resulta profética y del todo aplicable a la época o encabalgamiento de épocas que nos toca vivir en nuestra actual cotidianeidad.

En la obra, propiamente un ensayo al que Ortega y Gasset tituló: La Rebelión de las Masas, el autor para mientes en un hecho vital, consistente en el advenimiento de las masas al poderío social y al cual percibe como que pone en riesgo no sólo el pensamiento teorético, sino todas las vigencias culturales.

La rebelión de las masas, más actual ahora que en los tiempos de Ortega, es un fenómeno que salta a la vista: el hecho de la “aglomeración”, “el lleno”. Podemos ver las calles atestadas de automóviles, los espectáculos llenos de gente, los restaurantes llenos de consumidores, los hospitales llenos de enfermos, todo es ruido y confusión.

El actual Pontí?ce Benedicto XVI, durante su segundo viaje por Alemania, se quejó de la sordera del Occidente al fenómeno religioso: “(…) En estos tiempos sufrimos una sordera frente a Dios; ya no podemos escucharlo, porque tenemos muchas otras frecuencias en el oído”.

Y es lógico que así sea. El pensamiento religioso, como cualquier otro, requiere introspección, viajar por los “mundos interiores”, para lo cual es menester el silencio, el diálogo consigo mismo, el monólogo interior; el constante ruido, con su obsesionante zumbido, continuado y bronco, quiebra no sólo nuestra intimidad, sino también nuestra posibilidad de comunicación con nuestros semejantes, cerrando el camino a la empatía.

El fenómeno de las multitudes, tan fácil de percibir, es paradójicamente muy difícil de explicar. De manera brillante, Ortega nos señala a lo largo de la historia cómo, donde solía guardarse un equilibrio entre mayorías dirigidas y minorías rectoras, cuando la “brutal” subversión de aquéllas “absorbe y anula” a éstas y ocupa su lugar, sobreviene la decadencia de una cultura, cual sucedió con la caída del Imperio Romano. Lo característico de estas épocas es que la toma de posición de las masas se revela con aspectos formidables y enormemente novedosos, pues el “hombre medio” en donde la masa fermenta, tiene a su disposición elementos vitales que antes se reservaban exclusivamente a las minorías.

Sólo para el análisis de los fenómenos sociales típicos y generalizados: si dejamos de lado la existencia de grupos marginados para los cuales la historia se detuvo en épocas que actualmente consideramos casi subhumanas y tomamos como ejemplo las estadísticas de niveles de analfabetismo, servicios médicos, acceso a la educación, tenemos que reconocer que el hombre medio dispone de elementos materiales de los que hace unos cuantos años sólo disfrutaban grupos especialmente privilegiados. Bástenos señalar como elemento convincente la existencia generalizada de factores que han permitido alargar la expectativa de vida.

Ante la masa emergente, Ortega se pregunta: ¿quién manda en el mundo? Y muestra y demuestra que el poder está en manos de las masas, del “hombre vulgar” para el cual existen todos los derechos que le han otorgado siglos de afortunados cambios jurídicos y en contrapartida malhadadamente desconoce las obligaciones que corresponden a tales derechos:

La soberanía del individuo no cuali?cado, del individuo humano genérico y como tal, -nos dice el ?lósofo madrileño- ha pasado, de idea o ideal jurídico que era, a ser un estado psicológico constitutivo del hombre medio. Y nótese bien: cuando algo que fue ideal se hace ingrediente de la realidad, inexorablemente deja de ser ideal. El prestigio y la magia autorizante, que son atributos del ideal, que son su efecto sobre el hombre, se volatizan. Los derechos niveladores de la generosa inspiración democrática se han convertido, de aspiraciones e ideales, en apetitos y supuestos inconscientes.


Cabe aclarar que cuando se habla de “masas” y “hombres selectos”, Ortega no está haciendo alusión a clases sociales, raciales, políticas, económicas o aristocracia alguna de estirpe; nada le parece más despreciable que el “señorito satisfecho”. Las minorías rectoras a las cuales Ortega se re?ere, al ?n y al cabo minorías aristocráticas, son la aristocracia del talento y del re?namiento espiritual, para las cuales la “nobleza” no da derechos, sino que exclusivamente crea obligaciones, como reza el viejo adagio francés: noblesse oblige.

En el transcurso histórico, el repertorio de soluciones a las que arribaban los hombres selectos –que al ?n y al cabo eran frutos del compromiso, de la inteligencia, del convencimiento y de la responsabilidad, no de la arbitraria imposición, aunque no siempre se acertara–, eran seguidas por el hombre común, el cual reconocía que debía ser guiado por las luces de quienes habían logrado, por sus méritos, formar opinión.

La toma del poder real por las masas es claramente perceptible mediante un ejemplo simple: una de las creaciones colosales que ha llegado a crear nuestra cultura, gracias a la técnica, la ciencia y el arte modernos es, sin duda, el arte cinematográ?co. Un ?lme contiene en sí las posibilidades de mostrar lo más selecto de la cultura humana: una epopeya literaria, el pensamiento ?losó?co, el maravilloso movimiento del ballet y de la danza, el paisaje realista donde acaecen los hechos narrados gracias a la trama cinematográ?ca. La cinematografía engendró un nuevo código comunicativo además de obras maestras como las de los grandes directores: Karl Dreyer, Sergei Eisenstein, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Alain Resnais o Federico Fellini. Shakespeare, Cervantes y Dickens han sido llevados a la gran pantalla; Electra, Ulises y Edipo Rey han mostrado su trágica y mítica existencia en las mismas tierras de la Hélade.

La pasión de Juana de Arco, y aún la ?gura de nuestro Salvador, nos han estremecido con su sacri?cio redentor, mientras los rostros de Liv Ulmann, Jean Seberg, Sofía Loren y Mónica Vitti nos han comunicado la belleza, la soledad, la alegría y el drama de la vida humana; sin embargo ahora (salvo honrosas excepciones), los estudios de mercado se utilizan para investigar la basura que el hombre-masa quiere mirar. Y eso nos ofrecen: la violencia se ha institucionalizado en la pantalla grande, al igual que la vulgaridad con toda lo estimulante de los bajos instintos que la masa exige; ésta es la que ahora nos indica qué es lo que podemos y debemos ver, ahogando todo lo sublime del arte y el pensamiento. Veamos lo que Ortega nos dice de Europa que, mutatis mutandis, es aplicable a todos nuestros países de cultura occidental:

Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en bene?cio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna. No creáis una palabra cuando oigáis a los jóvenes hablar de la “nueva moral”. Niego rotundamente que exista hoy en ningún rincón del continente grupo alguno informado por un nuevo ethos que tenga visos de una moral. Cuando se habla de la “nueva” no se hace sino cometer una inmoralidad más y buscar el medio más cómodo para meter contrabando. (…) Por esta razón fuera una ingenuidad echar en cara al hombre de hoy su falta de moral. La imputación le traería sin cuidado o, más bien la halagaría. El inmoralismo ha llegado a ser una baratura extrema, y cualquiera alardea de ejercitarlo.


Ortega, desde luego, ha hecho un diagnóstico acertado, categórico y enormemente realista de la pérdida de horizontes que comenzó en su tiempo y cuya marcada presencia se percibe ahora, en el ámbito espaciotemporal en el que se desenvuelve nuestra faena vital. José Rubén Sanabria resume así las características de nuestra sociedad postmoderna:

• No encuentra la armonía espontánea entre su ser y las innumerables cosas que lo solicitan.
• Sufre las consecuencias de la técnica irrefrenable y se ve irremisiblemente envuelto en una multitud de problemas de orden cientí?co, socio-político, psicológico, religioso, cultural, etcétera, que lo desborda y lo desorienta.
• El pesimismo y el nihilismo son las claves de lectura de la realidad.
• Hace tiempo renegó de sus tradiciones.
• Vive fácilmente la “total inversión de los valores” que proclamara Federico Nietzsche.
• Mani?esta un gran “cansancio del absoluto” (Zubiri).
• Practica fervientemente el culto a lo vulgar, a lo za?o, a lo degradante.
• Casi sacraliza la pornografía y reduce la sexualidad a mera pulsión instintiva.
• Trata tendenciosamente cuestiones delicadas para confundir a los demás.
• Reduce el amor a erotismo.
• Confunde lo espontáneo con lo grotesco.

La crisis intelectual postmoderna, que podría resumirse, con cierta dosis de ironía, en el famoso texto de un telegrama de una opereta vienesa por Hasek, muy citada; pero que nunca he visto se lleve a escena, pues sólo ha trascendido esta afortunada frase, en la cual el comandante del ejército manda al Estado Mayor el siguiente mensaje: “La situación es imposible, pero no desesperada”.

El pensamiento ético postmoderno parece seguir la ley del eterno retorno, girando alrededor de una idea básica: “la sospecha como fundamento del quehacer ?losó?co”.

En el último problema post-electoral en el que nos vimos inmersos, se acuñó una palabra dentro de la jerga política, el “sospechosismo”; creo que el término encajaría en forma excelente como cali?cativo ?losó?co del impulso que se inició a partir del idealismo y racionalismo cartesianos y desembocó en el positivismo, una de cuyas características principales es la descon?anza en el conocimiento sensible.

La duda metódica y universal como el principio y método de ?losofar con carácter también de universal, es producto de la descon?anza en nuestra capacidad de acercarnos a las cosas y conocerlas en su mismidad, su consecuencia es la aplicación exclusiva del método deductivo matemático, como único viable para llegar a la realidad.

La duda escéptica y universal cartesiana había sido precedida por un esperpéntico pensador español, Francisco Sánchez, maestro en Toulouse y Montpellier, cuyo método consistía en poner en duda todas las cosas. Vertió su pensamiento en un libro cuyo título es una apretada síntesis de su contenido: Quod Nihil Scitur (“Que Nada se Sabe”), publicado en el remoto año del Señor de 1581. Créanme que actualmente hay todavía muchos “hijos de Sánchez”.

Después, Kant daría su “giro copernicano”, al considerar que las leyes de la naturaleza son, más que leyes propias de los objetos, sólo una mentefactura: nuestra inteligencia –dice el maestro de Monterrey– (que no es otro el signi?cado de Königsberg) no extrae las leyes de la naturaleza, sino que le impone sus leyes propias a ésta; niega, en su Crítica de la Razón Pura, que la razón tenga capacidad para ir más allá de lo meramente experimental.

Como es sabido, Kant fundamenta su ética en el “imperativo categórico”, que en la razón práctica impone como ?n y no como medio, y se opone al “imperativo hipotético”, cuya acción prescribe el medio para alcanzar un determinado ?n, el cual se reduce a las reglas de habilidad o consejos de la prudencia.

En el imperativo categórico kantiano, por su parte, la acción resulta necesaria para que la voluntad se adecue formalmente con la razón, y se contiene en la conocida fórmula: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer como principio de legislación universal”.

La fórmula de la moral kantiana, tan ingenuamente atractiva, se deriva de su formación pietista y nominalista, para la cual la Ética es una lista de obligaciones y deberes.

Su moral es autónoma, formalista y el fundamento de la ley es la voluntad y redunda en la obligación del cumplimiento del deber por el deber mismo: “La heroica ?delidad al deber”, que tanto se le ha alabado.

A pesar de la belleza, deslumbrante y aparente de la fórmula de Kant, se puede observar, a simple vista, su negación de la metafísica y el descenso del hombre racional hacia el más implacable subjetivismo, inmanentismo puro, pues cualquier realidad fuera de la conciencia del hombre, simplemente es recelosa y displicentemente negada.

La negación de la existencia de ideas abstractas y de la metafísica lleva desde luego al escepticismo, el cual tiene consecuencias no solamente en la ?losofía, sino en toda la acción humana, como son la moral, la política y desde luego, el derecho.

Lo anterior no solamente deriva del criticismo cartesiano y la ?losofía trascendental kantiana, sino que su origen se fundamenta, así lo con?esa el propio Kant, en los empiristas británicos, sobre todo en David Hume, que llevó el empirismo hasta el extremo al negar la existencia de todas las formas de pensamiento y principios del conocimiento distintos de la experiencia, y rechazar que el espíritu tenga leyes diferentes a las de la materia, la cual llega, dentro del empirismo lógico, a rechazar la ?losofía, circunscribiendo ésta exclusivamente al análisis del lenguaje.

Ver texto completo en archivo descargable en PDF

AdjuntoTamaño
La Etica y el Derecho en la Epoca de la Rebelion de las Masas.pdf279.24 KB