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Don Arnulfo fue mi maestro, condición que signi?có para mí la oportunidad de tratarlo en términos distintos a los de los demás. Abusaré de la relación que me une a sus familiares y amigos para llenar los vacíos de mi conocimiento, a ?n de tratar de construir una semblanza de nuestro personaje y de ser lo más puntual posible.
 

Notario Eugenio Rodrigo Ruiz Orozco

Me asalta una multitud de interrogantes: ¿Cómo llevar a cabo una intervención en la que, sin caer en lo ordinario, pueda exaltar valores y cualidades del hombre sin aparecer complaciente, insustancial?, ¿cómo destacar méritos y reconocer virtudes con objetividad, propiedad y justicia, más aún, tratándose de un ser humano que dedicó su vida a la política (sí, a la política, esa actividad hoy tan desestimada, poco prestigiada y frecuentemente rechazada por la sociedad)?

¿Qué pasa en nuestro país con la política y los políticos? ¿Se dan cuenta de que siempre que expresamos nuestras ideas, nuestras opiniones acerca de esos dos tópicos, lo hacemos en términos negativos?

¿Por qué una profesión que debería convocar al reconocimiento y el respeto de los ciudadanos ha dejado de ser bien vista por los miembros de la comunidad? En otras latitudes y longitudes se distingue a los mejores y se señala a quienes no lo han sido. Vaya un ejemplo.

En Sevilla, la ciudad y con ella el gobierno procedente de un partido opuesto al de Manolo del Valle, nuestro amigo, siguió una bella tradición y lo honró en vida mediante la imposición de su nombre a una importante avenida de esa localidad.

Claro, fue un alcalde honrado, discreto, e?ciente, enérgico, prudente, etcétera; pero, ¿qué aquí no los hay?, ¿o, ?eles a nuestra incapacidad de ver ojos en cara ajena, negamos a los de enfrente y condenamos a los propios? Dejo el tema para la re?exión y vuelvo al tema que me ocupa.

Don Arnulfo fue un político y mucho más que eso. Fue un humanista que vivió ajustado a una moral, la cual practicó en el ejercicio de su profesión; él trascendió por la congruencia de su vida: actuó como pensaba y esto lo hacía en razón de un marco axiológico que dio sentido y dirección a sus pasos.

En este punto, quiero empezar a compartir algunas re?exiones que permitan conocer las ideas, creencias y obra de un político, sí, de un político cuya importancia radica simple y llanamente en su congruencia, honradez y talento; ingredientes que, por escasos, llaman la atención.

Soy de los que piensan que en la familia se hallan el origen y la razón de nuestros actos y hechos. Creo en la tradición familiar, esa extraordinaria fuente donde se reproducen, generación tras generación, los valores que dan fortaleza, sentido y permanencia a la sociedad.

En el caso de don Arnulfo, su estirpe no es nueva. Nombre y apellido son comunes en la historia de nuestra ciudad. Llevó con orgullo los de su abuelo paterno, decimonónico personaje que desempeñó en su vida tres profesiones: las de arquitecto, ingeniero y abogado. Todavía se encuentran por allí algunas muestras de su talento. ¿Dónde fue que don Francisco Severo Maldonado publicó El Despertador Americano, primer periódico insurgente? En el que hoy es el número 225 de la Avenida Alcalde 225; sí, en la famosa Casa de los Perros, sede actual del Museo del Periodismo y de las Artes Grá?cas. Pues bien, esa edi?cación fue pensada y erigida por don Arnulfo, el Viejo, lo mismo que la casa de don José López Portillo y Rojas, museo de época de la ciudad, así como la casa ecléctico-colonial de don José Guadalupe Zuno, ubicada en las antiguas calles de Bosque y Unión.

Tenemos, por otra parte, a don Ramiro Villaseñor y Villaseñor, tenaz, perseverante, amoroso recolector de información e historias que, entretejidas, dan forma a la memoria de lo que es hoy nuestra gran ciudad y que en tres volúmenes nos entregó bajo el título de Las Calles Históricas de Guadalajara. Y sin ser necró?lo, sólo para preservar el recuerdo de quienes integran la nómina de ocupantes del cementerio de Santa Paula, nos legó su Epigrafía del Panteón de Belén. Qué decir de doña Esmeralda Villaseñor Vda. de Matute, compañera del inolvidable amigo don Jorge Matute Remus; quien nos honra con su presencia. Todos ellos, testimonios de que no existe árbol sin raíces, edi?cio sin cimientos, sabio sin cultura o ciudad sin pasado.

Debo decir que a medida que pergeñaba estas líneas, la memoria individual y colectiva comenzó a aproximar recuerdos, imágenes, palabras, hechos y anécdotas, cuyo acomodo resultaría ciertamente complicado de no de?nirse una metodología, pues resulta que don Arnulfo fue un personaje multifacético. Así, decidí hacer una presentación destacando algunas de las actividades, profesionales o estrictamente personales, para identi?car algunos rasgos psicológicos que nos aproximarán al conocimiento o redescubrimiento de don Arnulfo, el hombre.

Desde esta perspectiva, presentaré a manera de fascículos mis distintas visiones de don Arnulfo, para concluir con algunas re?exiones sobre el tema; comenzaré con la que explica cómo y por qué inicié mi relación con don Arnulfo.

Fascículo primero

Don Arnulfo, el maestro. Si existe una profesión que reclama generosidad, paciencia, tolerancia, energía, don de gente y un profundo desprendimiento, es la docencia. Parte sustantiva de la crisis que atraviesa nuestro país se deriva de la de?- ciente transmisión de conocimientos y valores aprendidos y enseñados, tanto en el seno familiar, como en el sistema de educación formal.

Nuestra Nación pasa por una gravísima crisis educativa.

Él tenía vocación de maestro, le gustaba trabajar con jóvenes. Cifrar sus esperanzas en el futuro. Constructor empedernido, sabía que la mejor obra, la más perdurable, era la de formar hombres. Horas y más horas dedicó a este empeño. Fue maestro de Literatura, Economía, Ciencias Políticas y fundamentalmente, lo fue de la vida.

Hombre sin excesos, vivió como predicó: directo, objetivo, espléndido expositor, ameno en la cátedra, más preocupado por enseñar, por transmitir sus conocimientos que por imponer la autoridad. Excelente charlista, de espíritu abierto; de?nido en todos los órdenes de la vida; sin embargo, hombre de formas, jamás perdió la compostura y el buen gusto, incluso cuando reprendía, lo hacía evitando lastimar.

Le preocupaba estimular la curiosidad de los jóvenes universitarios por el conocimiento de la realidad cotidiana. Recuerdo que, siendo nuestro maestro de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara, frecuentemente preguntaba acerca de las noticias del día. Cierta ocasión, alguien que consideraba insustancial el hecho le preguntó por qué lo hacía y el contestó: “así logro de una parte que se enteren de la marcha del país y, de otra, colaboro a que mejore la economía del periódico El Informador”.

¡Ah!, permítanme compartir un anécdota que en el salón de clases provocó una crisis de hilaridad: don Arnulfo disertaba sobre los grandes descubrimientos que marcaron, en el mil cuatrocientos, el destino de la humanidad –explicaba la ?siocracia y los orígenes del mercantilismo– cuando a un compañero al que notó distraído le lanzó como dardo certero la pregunta. Obvio, al verse sorprendido (y “aconsejado” por los compañeros de los lados), comenzó a señalar algunos de estos “acontecimientos”: el teléfono, dijo, el automóvil y los barrios bajos. El grupo se desternillaba y don Arnulfo, con el regocijo de la audiencia, le inquirió si Cristóbal Colón habló por teléfono para con?rmar que estaba descubriendo las Indias Occidentales. Ya se pueden imaginar, maestro y alumnos compartiendo uno de esos momentos que se recuerdan por siempre y al Chivillo, que así le decíamos al compañero de marras, indignado, reclamando a sus compañeros cercanos por la calidad de la “asesoría” recibida.

Fascículo segundo

El estudiante. Estaba por graduarse como Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo de Madrid, en convenio con la Universidad de Guadalajara. Fruto de los trabajos del Lic. Adalberto Ortega Solís, ahora los egresados de la Facultad pueden aspirar a este grado académico.

Pues bien, don Arnulfo jamás dejó de estudiar. Con inusitado interés acudía como el joven que era, a recibir las enseñanzas de maestros muchos años menores que él. Vale la pena tratar de entender porqué lo hacía. ¿Cómo funcionaba esa mente y reaccionaba ese espíritu en permanente búsqueda? ¿Cuál era la fuerza que lo impulsaba para volver, como las olas del mar, inevitable, fatalmente, a la playa del conocimiento?

Hoy, cuando conceptos como educación continua, permanente, a distancia, son de actualidad vigente, (fenómeno que, por demás, tiene que ver con la explosión del conocimiento y la capacidad casi ilimitada de la inteligencia humana para producirla en términos exponenciales), me doy cuenta de que él ya los practicaba.

Maravilla imaginar que lo que está siendo pensado y creado en este momento deja de ser actual, inmediato, para integrarse a la masa del conocimiento global –simplemente como dato curioso: ¿sabemos que todos los días se incorporan aproximadamente 4,500 títulos al acervo del conocimiento humano? Esto es: cada año se editan en el mundo aproximadamente 1´650,000 títulos. Impresionante–. Pues bien, Su actitud, consecuente con su temperamento, revela una inteligencia en permanente renovación. Si a eso agregamos su necesidad de mantenerse cercano, próximo a los jóvenes en el espacio natural del claustro universitario, nos encontraremos con un personaje digno del Renacimiento, en el buen sentido de la palabra. Fue un hombre en permanente adecuación a su tiempo.

Fascículo tercero

El coleccionista. Entre las a?ciones a las que dedicó tiempo y recursos estuvo el coleccionismo. Lo hizo con timbres postales. Cuando algunas veces coincidimos en la ciudad de México, le acompañé al viejo y hermosísimo edi?cio de correos, ubicado por el hoy eje central Lázaro Cárdenas, frente al costado oriente del Palacio de las Bellas Artes, a comprar las más recientes ediciones de estampillas publicadas por la O?cina Central de Correos.

Lo practicó también con automóviles a escala, aprovechando su calidad de propietario de aquella tiendita –si viviera don Saturnino Coronado me llamaría la atención por el uso del diminutivo– de artículos festivos o jocosos para bromas denominado Las Vaciladas, situada inicialmente por la Av. Juárez y más tarde por la calle de Galeana, entre Juárez y López Cotilla. Por cierto, el establecimiento de esta “pequeña empresa comercial” se debió a que, al concluir la administración municipal encabezada por don Jorge Matute Remus, don Arnulfo abandonó la Secretaría del Ayuntamiento sin liquidación alguna –cualquier similitud con los tiempos actuales, es mera coincidencia–; había, pues, qué pensar en cómo vivir y en qué ocuparse. Así, en sociedad con su cuñado René Toussaint, estableció la famosa tiendita de artículos para “vaciladas”.

Mientras re?exionaba yo sobre el coleccionismo, me pregunté: ¿qué cualidades debe tener una persona que se interese por coleccionar cualquier serie de cosas? ¿Cuál es la motivación que impulsa a esta rara especie de individuos? Porque no se trata sólo de disponer de algunos recursos económicos, tiempo y una idea de lo que se quiere. Quien colecciona revela un gusto, un amor especial por aquello que acumula.
Los coleccionistas, lo sabemos, son capaces de llegar al sacri?cio para obtener aquel bien que estiman precioso, preciado. Su tenacidad llega en ocasiones a la obsesión.

El coleccionista tiene un sentido patrimonialista y se asume además custodio de los bienes coleccionados, desarrolla un profundo sentido de pertenencia. Se impone a sí mismo la obligación de cuidar para el futuro, para los demás, –claro, estoy hablando de seres normales, no de misántropos– porque entiende los objetos o las cosas en razón de un compromiso colectivo. Puede disfrutarlo íntimamente pero sabe que tarde o temprano habrá de pertenecer a la sociedad. Para eso lo acumula. Cuando Avery Brundage, aquel mítico Presidente del Comité Olímpico Internacional sumó pieza tras pieza, la más importante colección de arte oriental, lo hizo pensando en que un día habría de ser expuesta, como hoy lo es en un museo ad hoc, ubicado en la ciudad de San Francisco.

De esta manera, don Arnulfo, aparte de sus a?ciones personales, se dedicó a la tarea de coleccionar tierra, sí: tierra. Como Presidente Municipal, adquirió la mayor cantidad de metros cuadrados en la historia de la ciudad para garantizarle espacios que facilitaran su futuro desarrollo.

Detrás del hecho se revela la visión y la previsión de alguien que piensa en la ciudad, en los bienes públicos, no como medio de enriquecimiento personal, sino en calidad de mecanismos que fortalezcan al Gobierno y al Estado. Dado que, además, pensaba que el Ayuntamiento, Pensiones o el Gobierno del Estado deberían ser económicamente solventes, se dedicó a sumar predio tras predio en bene?cio de eso que se llama sociedad, y precisamente en algunos de estos espacios se pudieron construir, por administraciones posteriores, el Zoológico, el Panteón del Sur, la estación de servicios de la benemérita Cruz Roja al norte de la ciudad y otros inmuebles destinados al servicio público. Incluso, hoy día, parte de esos terrenos se mantienen como zona de reserva para garantizar el crecimiento del Planetario.

Fascículo cuarto

El armador de rompecabezas. Tuvo además una a?ción consecuente sólo con inteligencias superiores. Armaba rompecabezas. ¿Qué es la sociedad sino un gran rompecabezas? La solución a los problemas de la gente, todos los días, exige mentes capaces de observar, imaginar, planear, proyectar, ejecutar, supervisar y ?nalmente, resolver los rompecabezas que representan la seguridad pública, la vivienda, el complicadísimo asunto del trasporte, el abasto de una metrópoli, el adecuado funcionamiento del aparato burocrático y mil cosas más.

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