En lo personal me daba gusto saludar a Juan en el Archivo porque me permitía conocer un poco de cosas fuera de lo común al presumir de sus excursiones de fines de semana en la búsqueda de fósiles, las que guardaba como un tesoro. Por otra parte disfrutar de su gusto especial por los documentos antiguos, que compartió con todos nosotros al haber tenido la excelente idea de exhibir en forma permanente algunos de los protocolos antiguos que obran en el Archivo de Instrumentos Públicos, y de los que podíamos leer, con algo de trabajo, el instrumento notarial, situándonos en la época en que éste se realizó –contando también con la traducción de dicho documento–, así pudimos conocer cómo se llevó a cabo la certificación de hechos realizada por el Notario Lic. Arnulfo R. Matute, en la que los descendientes del General Ramón Corona realizaron la exhumación de su cuerpo, previa autorización del Gobernador del Estado, para que su hija Elisa le rindiera un homenaje; o bien el instrumento público que contiene la escritura constitutiva de la Fábrica de Atemajac, o algún testamento en el que el testador trató de “cumplir sus obligaciones de padre” con un hijo concebido fuera de matrimonio.

La actitud tomada por Juan, al exhibir los protocolos, me permitió conocer un pedazo de historia de la ciudad y recordar que nuestro quehacer notarial forma parte de la historia del Estado.

Los que conocimos a Juan en actividades diversas al Archivo –yo lo traté desde que coincidimos en la notaría del licenciado Felipe de Jesús Preciado Coronado– hemos comentado que siempre fue un niño grande, con todo lo que esto implica: juguetón, gritón, voluntarioso, noble, sencillo, bromista e inquieto.

Picasso decía: “yo no busco, encuentro.” A diferencia de él Juan si buscó y encontró.

Descansa en Paz.