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Humanismo, movimiento ?losó?co que considera el reconocimiento del valer humano en su naturaleza intrínseca. Para Protágoras, es algo que hace del hombre “la medida de todas las cosas”. Según Heidegger, es la dirección de la ?losofía que hace del hombre la medida del ser y subordina el ser al hombre, en lugar de subordinar el hombre al ser. Sartre nos dice: L’existentialisme est un humanisme; para Augusto Comte debe ser la religión universal.
 

Notario Héctor Constancio Hernández Allende

En general, se puede decir que el término se aplica a cualquier teoría ?losó?ca, social o política, independiente a su origen clásico, renacentista, moderno o contemporáneo, cuyo ?n supremo lo constituye el auténtico respeto a la dignidad humana dentro de la más absoluta libertad, tolerancia y cabal desarrollo del hombre en plenitud de valores.

Desde que nos atribuimos la pomposa denominación de Homo Sapiens, al parejo de mejores formas de vida, entramos en graves crisis existenciales:

a) Al darnos cuenta de nuestra existencia ?nita.
b) Al tratar de explicamos nuestro origen y destino.
c) Al tratar de comprender el mundo que nos rodea y al universo entero.

Sobre esas interrogativas se han seguido tres corrientes principales:

1) Las religiones y por ende el pensamiento mágico.
2) La ?losofía. Recuerdo al maestro Alberto Ladrón de Guevara al platicarnos la broma que dice: La ?losofía es aquella empresa en la cual el ?lósofo busca un gato negro en un cuarto oscuro y por añadidura no existe tal gato; o bien, que es el supremo arte de decir con palabras que nadie entiende lo que todo el mundo ya sabe.
3) La ciencia: expresión máxima de la razón, o la razón de la sin razón.


Pero dejemos de lado nuestras divagaciones sobre tan arduos e insolubles temas y entremos en materia, como se nos dice de ordinario.

Corría el año de gracia de 1510 en la capital de la fértil isla llamada por entonces La Española, actualmente Santo Domingo, posesión real y asiento de inquietudes sin ?n, donde abundaban crímenes e injusticias y como fatal complemento la mortandad cada vez más acrecentada de nativos, por obra de epidemias, hambre, agotamiento en el trabajo, traumas psíquicos y suicidios motivados por la crueldad y los malos tratos. Dicen conserva- doramente diversos investigadores que, al tiempo del primer contacto con los colonizadores, había alrededor de 600,000 nativos; en 1508, no pasaban ya estos de 60,000, número que fue en alarmante disminución hasta casi la total extinción; mano de obra que se fue sustituyendo por esclavos negros e indios, producto de las cacerías humanas en las Bahamas, Cuba y las Incayas para las explotaciones agrícolas y mineras de la isla.

En septiembre del mismo año hacen su arribo a la isla los primeros frailes Dominicos, cuya presencia habría de dejar tan honda huella hasta in?uir en la historia, no sólo del Nuevo Mundo sino en el derecho de gente del orbe entero.

Los encabeza fray Pedro de Córdoba, superior de los mismos; a los que así describe fray Bartolomé de las Casas en su admirable Historia de las Indias:

“...Era hombre lleno de virtudes y a quien dios nuestro señor dotó y arreó de muchos dones y gracias corporales y espirituales... Alto de cuerpo y de hermosa presencia, era de muy excelente juicio, prudente y muy discreto naturalmente y de gran reposo.”

Nacido probablemente en 1482 en la ciudad andaluza cuyo nombre tomó como apellido al ordenarse y muy ligado por creencias, ideales y amistad a Fray Antón de Montesinos, varón lleno de virtudes, nombrado a veces Antonio Montesino del que se ignora año y lugar de nacimiento; es probable que también hiciera suyo el nombre de la población de su origen que pudo ser Montesinos, hoy municipio de Almoradi, provincia de Alicante, o bien algún poblado cercano a la cueva de Montesinos, en el corazón de la Mancha.

Otro de los frailes fue Bernardino de Santo Domingo y el cuarto, un lego que pronto no retornó a Castilla la Vieja. Llegan posteriormente más dominicos con fray Domingo de Mendoza, los que en conjunto sumaron ya algo más de una docena.

La estancia de ellos fue difícil en ese medio y como dice también las Casas:

“.. .Habían considerado la triste vida y asperrimo captiverio que la gente natural de esta Isla padecía y como se consumía, sin hacer caso de ellos los españoles que los poseían, mas que si fueran como animales sin provecho….

Resueltos a cumplir con su misión no sólo dentro de los preceptos de caridad, sino los de elemental y humana justicia, convinieron en su obligación y por todas las formas a su alcance, a denunciar públicamente los abusos, crímenes y crueldades que constataban a cada paso; al efecto ?rmaron un compromiso y mandaron por orden de fray Pedro de Córdoba, su superior, a fray Antón de Montesinos, caracterizado por su gran ánimo y facilidad de palabra, que pronunciara: 

“… el sermón primero que cerca de la materia predicase debía [puesto que] el era principal predicador de ellos...”

Llega el domingo 30 de noviembre de 1511, cuarto de Adviento, en el cual por coincidencia se leyó un fragmento del evangelio de San Juan, el cual dice que los fariseos enviaron a preguntar al Baustista quién era y éste les respondió:

“… Ego Vox Clamantis in Deserto, yo soy la voz que clama en el desierto.” Tema que fue fundamento del sermón de fray Antón, fray Bartolome de las Casas que al transcribirlo y resumido en los capítulos , y IV Y V de su Historia de las Indias, nos dice:

“Para os lo dar a cognocer me he sobido aquí, yo que soy la voz de Cristo en el desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la mas nueva que nunca oísteis, la mas áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír.

“Esta voz…[dijo fray Antón haciéndoles]... estremecer la carnes... [señala]... que todos estáis en pecado mortal... “Decid ¿Conforme derecho y con que justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestas indios? ¿con que autoridad habeis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y paci?cas, donde tan in?nitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y que cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su dios y creador, sean baptizados, oigan  misa, guarden las ?estas y domingos? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen animas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?

“Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis mas salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo. [y así siguido el sermón en tremenda requisitoria dejándoles]... atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros mas empedernidos y algunos algo compungidos, pero a ninguno, a lo que yo después entendí convertido.

“Concluido, su sermón bajase del púlpito [sin temor alguno]... Porque no era hombre que quisiera mostrar temor, así como no lo tenia, ni se daba mucho por desagradar los oyentes, haciendo y diciendo lo que, según dios, convenir le. parecía; Con su compañero, vase a su casa pajiza, donde, por ventura, no tenia que comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les acaecía”.

Invitados al solemne acto religioso asistieron desde el gobernador, almirante Diego Colón (hijo de Cristóbal Colón), los o?ciales reales, los letrados juristas y por supuesto, a casi totalidad de encomenderos y demás españoles.

Testigo de excepción fue Bartolomé de las Casas, en el que aun no se había transformado su espíritu; pero al que el sermón de fray Antón le afectó tan profundamente que aunado a una matanza practicada por los españoles en la isla de Cuba y que le tocara presenciar, transformó su vida en forma radical. Pero volvamos a lo nuestro, indignados autoridades y encomenderos entrevistan a fray Pedro de Córdoba exigiéndole una pública retractación de lo expuesto por fray Antón, la cual redunda en que al domingo siguiente, el 7 de diciembre de 1511, se da un segundo sermón y nos cuenta el padre Las Casas que lejos de su desdecimiento comenzó con una sentencia del Santo Job en el capítulo 36, que dice:

“… respetam scientiam meam -aprincipio et sermones meos-sinemendatio -esse- probaba.
Tomaré a referir desde su principio, mi sciencia y verdad, que el domingo pasado os predique y aquellas mis palabras, que así os amargaron, mostrare ser verdaderas.”

Al efecto fue este sermón todavía más enérgico que el anterior en sus reclamaciones ante la crueldad y la opresión; acabado el mismo, se retiró como en el primero, valeroso y tranquilo y todo el pueblo en la iglesia quedó:

“…gruñendo y muy peor que antes indignado contra los frailes, hallándose, de la vana e inicua esperanza que tuvieron que se había de retractar de lo dicho, defraudados, como si ya que el fraile se desdijera, la ley de Dios, contra la cual ellos hacían en oprimir y extirpar estas gentes, se mudara…

“Tornando al propósito, salidos de la iglesia furibundos e idos a comer, tuvieron, la comida no muy sabrosa, sino según que yo creo, mas que amarga; no curan mas de los frailes porque ya tenían entendido que hablar en esto con ellos les aprovecha nada. Acuerdan, con efecto, escribillo al rey en las primeras naos, como aquellos frailes que a esta isla habían venido, habían escandalizado al mundo sembrando doctrina nueva, condenándolos a todos para el in?erno, porque tenían los indios y se servían dellos en las minas y los otros trabajos, contra los que su alteza tenía ordenado, y que no era otra cosa su predicación, sino quitalle el señorío y las rentas que tenía en estas partes. Estas cartas llegadas a la corte toda la alboro-
taron...”

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