La presencia de los Notarios Espa�oles Don Manuel Amor�s y Don Gaspar D�vila, pertenecientes al Ilustre Colegio de Notarios de Madrid y de Don T�mas Foros del Ilustre Colegio de Notarios de Barcelona, caus� grata impresi�n en nuestro medio y motiv� gran concurrencia de compa�eros a los distintos actos, que en honor de hu�spedes tan estimados, se organizaron tanto en lo particular cuanto por el Colegio de Notarios de esta Capital. |
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Esta es la primera visita especial de Se�ores Notarios Espa�oles al notariado mexicano; y si ahora, en que pr�cticamente y dentro de lo f�sico, tales visitas puedan realizarse en tiempo reducido, debemos esperar que estos intercambios puedan celebrarse con mayor frecuencia y podamos establecer una positiva comunicaci�n de amistades y de ideas tendientes a obtener una preponderancia indiscutible de nuestra calidad de notario.
Grata impresi�n causaron las palabras que el Licenciado Don Manuel Amor�s trasmiti� a todos los notarios mexicanos el abrazo que sus colegas madrile�os enviaban por su conducto.
Ofrecimientos rec�procos se pactaron entre Notarios mexicanos y espa�oles para la remisi�n de estudios y acrecentar el acervo jur�dico Notarial. La realizaci�n de este punto se traducir�a en la comuni�n de ideales entre notariados espa�ol y mexicano cortando el tiempo transcurrido en que no existieron manifestaciones efectivas de acercamiento.
El Colegio de Notarios del Distrito Federal y territorio agradece la visita que nos fue hecha por los Se�ores Notarios Espa�oles, y esperamos que ellos hayan entregado ya a sus colegas, los votos de simpat�a y acercamiento que hicimos los mexicanos con la emoci�n que gozamos en que aquellos momentos.
El Licenciado Don Francisco V�zquez P�rez, pronunci� el siguiente discurso en honor de hu�spedes tan distinguidos:
Se�ores notarios Espa�oles.
Se�ores:
El Sr. Presidente del Consejo del Colegio de Notarios del Distrito Federal, en nombre de �ste, me ha hecho� el honor de que lleva la voz del Colegio en un evento de tan excepcional alcance como es el de dar la bienvenida� a Manuel Amor�s y Gaspar D�vila, del I. Colegio de Madrid y a Tom�s Foros, del I. Colegio de Barcelona, quienes despu�s de haber cumplido, con el brillo que emana de todo lo hispano, su misi�n delegados ante el Primer Congreso del Notariado Latino, han querido brindarnos con su visita a los gremios notariales peninsulares con los indianos.
Su presencia en esta tierra que, a pesar de fuerzas destructoras que en un tiempo parecieron ahogarla, a�n cree en Jesucristo y habla en espa�ol, tiene y tanta mayor signi?caci�n, cuanto que constituye, entre las tantas manifestaciones que ahora se dan de compresi�n entre la madre y su hijo mayor, una de excepcional alcance, por la alta val�a de sus visitantes.
Siempre hay una honda emoci�n entre nosotros los hispanoamericanos, al intervenir y constatar tales contactos, por la ?rme convicci�n que nos anima, de que vivimos en un momento hist�rico en el cual, Espa�a y M�xico, y con ellas los pa�ses hermanos de raza, lenguaje y civilizaci�n, se encauzan por senderos similares que los acerca y los ata cada d�a mas, gracias a que Dios ha permitido el que hayan vuelto a encontrarse a s� mismos.
Y M�xico y Espa�a son los m�s claros y francos exponentes de tal actitud hist�rico-social.
La Madre Espa�a que inici� la p�rdida de sus dominios ultramarinos en los albores del Siglo XIX, la consum� al expirar esa centuria. Con ello purgaba el pecado de haberse alejado de su propia tradici�n desde mediados del siglo anterior y de haber sufrido el espejismo de creer que lo extranjero era mejor que lo propio.
La Nueva Espa�a, otrora parte integrante de aquella, cometi� igual pecado y no pudo escaparse de recibir igual castigo.
Espa�a comenz� por volver los ojos hacia lo franc�s y M�xico hubo de hacer lo propio, aunque �ste extrem� a�n m�s su xeno?lia, y superpuso a los modos franceses muchos usos sajones y crey� encontrar la felicidad en los modos gubernamentales, en las doctrinas de Estado y hasta en la pol�tica que iniciaba el agradecimiento de los Estados Unidos.
Lejos de m� al hacer esta �ltima a?rmaci�n, la idea de atacar solapadamente nuestro federalismo, en el que personalmente creo, como alguna vez lo he sostenido. No, si el Imperio Espa�ol, del que nos seccionamos, era el conjunto arm�nico de muchas autonom�as regionales sabiamente coordinadas y guardadas celosamente, si nuestro territorio se constituye con jurisdicciones de cuatro Reales Audiencias, m�s las provincias del norte, a ning�n estado hispano americano conven�a mejor la organizaci�n federal que a nosotros; pero cu�n distinta es esta tesis general al esp�ritu de imitaci�n que inform� nuestros primeros ensayos de autodeterminaci�n constitucional, que s�lo la evoluci�n de m�s de un siglo, lentamente van recti?cando y acomodando a nuestra peculiar manera de ser.
Ya en este sendero, el siglo de las luces fue de negrura total para la madre y el hijo. En esa edad aciaga, para ambos, lo extranjero era lo bueno; lo propio, sucio, inconexo, mestizo, falto de civilizaci�n. Lo folkl�rico espa�ol s�lo se admit�a con disfraces de espa�olada, lo popular mexicano se juzgaba como carente de ?nura y de belleza, lentamente �bamos sustituyendo los recios palacios de los siglos XVII y XVIII por imitaciones serviles de hoteles y chateaux de sabor galo y hasta los retablos de oro de las iglesias, catedrales se iban cambiando por pasteles de yeso a lo Lu�s XVI.
Al desaliento, a la desesperanza que presidi� a las vidas paralelas de ambas patrias, hab�a de corresponder la interminable serie de revoluciones, motines, asonados, guerras sin ventura, cada una de las cuales acarreaba o la destrucci�n de un ideal o un nuevo cercamiento en la extensi�n del territorio.
Con tan escasos bagajes, ambos pa�ses iniciamos la presente centuria y con s�lo ellos, somos sumidos en la m�s sangrienta con?agraci�n que antes hubi�ramos sufrido, y como, si el incendio voraz que parec�a consumirnos, al destruir tanto �til, tanto bello, como compensaci�n, redujera a cenizas los elementos extra�os que tanto mal nos hac�an, por distintos caminos y medios, pero alcanzando una misma meta. Espa�a y M�xico, cada uno por su parte y en sus respectivos tiempos, cuando trataban de resta�ar las heridas de la lucha, se concentraban, al ?n, despu�s de haberse olvidado de ellos, e iniciaban un renacimiento de su propio pensamiento ?los�?co, de sus instituciones jur�dicas, de sus manifestaciones art�sticas y en ?n, de cuanto de noble u elevado caracteriza al genio espa�ol y a su paralelo, el neohispano.
En cuanto al derecho se re?ere, y m�s en lo que ata�e al notarial, la exteriorizaci�n de nuestro renacimiento es todav�a m�s acusada.
Aparte del movimiento legislativo, que afecta peculiaridades cada vez m�s caracter�sticas, la parici�n de sabios glosadores del derecho se hace cada d�a m�s frecuente, los comentarios y expositores se multiplican, hacen escuela.
De los tiempos en que, en la pen�nsula, se interpretaban las leyes propias a trav�s de comentarios en franc�s a los de ahora en que brillan Castan Tove�as, Sanahuja y Soler y N��ez Lagos, hay un abismo; de las �pocas en que el C�digo Civil Mexicano se explicaba por Planiol, Baudri y a�n Pothier a los d�as actuales en que los cuerpos de doctrina civil hacen constante referencia a Borja Soriano, las cosas han cambiado radicalmente con ventaja; all� y ac�, los nuestros escriben de lo nuestro y para nuestro uso propio.
Empero, en este halagador panorama, cabe confesar con lealtad que, si los mexicanos sentimos y estimamos nuestro propio genio, como algo peculiar y aut�nomo al mismo tiempo, lo consideramos como integrante del movimiento pasante hisp�nico contempor�neo. El Imperio pol�tico en el que no se pon�a el sol, ha pasado, las unidades que supo engendrar con tanto desinter�s son ya de vigencia y de vivencia indestructibles, pero el imperio hisp�nico del pensamiento contin�a inalterable: en sus dominios, ahora m�s que nunca, no se pone el sol, y al mismo tiempo como producto magn�?co de aqu�l, conserva diversidades regionales de acusado vigor, que se armonizan y contemplan sin mengua de aquella esplendente unidad.
Se�ores Notarios de los II. Colegios de Madrid y Barcelona, al daros la bienvenida en el m�ximo Colegio Notarial de mi patria, huelga deciros que os sentimos de casa, pues ello ?ota en el ambiente y se mani?esta hasta en vuestras propias actitudes; como a nuestros, os sentimos y estamos orgullosos de la indiferenciaci�n que entre vosotros y nosotros se exterioriza a simple vista.
Que vuestra estancia en nuestro altiplano brav�o, tierra de �guilas que devoran serpientes, estreche a�n m�s el cari�o y la mutua comprensi�n de la Vieja Espa�a con la nueva, de los hijos de ambas y, entre �stos, de los integrantes de nuestro gremio, que tan injustamente ha cali?cado un depurado comentarista de vuestro derecho notarial, como los funcionarios de la paz; que Dios os gu�e con bien por el camino del retorno a vuestros lares.
Pero m�s que eso, ilustres colegas nuestros, llevad al seno del gremio notarial hispano y a vuestra patria entera, el c�lido mensaje, de que os hacen portadores los notarios mexicanos, en el que M�xico a?rma su fe indestructible en su propio destino hist�rico y en el destino hist�rico de la Madre Espa�a, como inexpugnables fronteras, en el viejo y en el nuevo mundo, del pensamiento com�n y de la com�n actitud ante la vida, que eternamente los une, y como indestructibles valuares de la civilizaci�n occidental.
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Primera Visita de los Notarios Espanoles al Notariado Mexicano.pdf | 1.4 MB |