El Fuego y la Muerte como Referente Explicativo de la Cultura y el Derecho

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1. Introducción

En algunos momentos de mi vida la lectura de ciertos textos despertaron en mi un especial interés investigativo. Re?exionando sobre estas obras, he encontrado que corresponden a exposiciones sobre temas que de alguna manera están relacionados entre sí, como lo son el fuego (y la luz), la muerte, la religión y la cultura. Fue así como Heráclito, Engels, Fustel de Coulanges, entre otros, fueron encajando poco a poco en ese rompecabezas que en otrora inicié.
 

Andrés Botero Bernal
Investigador de la Universidad de Medellín

No se trata, entonces, de repetir los postulados que en aquel artículo de mi autoría se consignaron, sino de seguir aquella línea trazada buscando articular de alguna forma (aunque no de manera absoluta, pues lo absoluto supondría la extinción de lo absolutizado) la religión, el fuego, la cultura y la muerte en otros escenarios distintos a Grecia y Roma.

Pues bien, a principios de la década de los noventa, la lectura que hice de los fragmentos de Heráclito y de la obra El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, de Engels, generaron en mi una hipótesis: el fuego y el trabajo fueron los principales elementos articuladores de la cultura humana, sin necesidad de que uno precediera al otro. El lector debe recordar que Engels pretendió demostrar que el hombre se creó a sí mismo a través de una evolución en la cual el trabajo y el uso de las herramientas fueron los elementos indispensables para la consumación de lo que somos ahora. Pero en relación con el fuego, este alemán lo ve no tanto como un elemento causante sino como un potenciador de la relación de trabajo que sí sería el motor de la historia humana, junto al con?icto, claro está (recuérdese el dicho de este pensador: la guerra es la partera de la historia, sentencia típica del materialismo histórico).

Héráclito, por su parte, en los fragmentos que quedaron de su obra, menciona al fuego como el elemento de la mesura, la justicia en sí misma que, en constante movimiento, permite el devenir del ser. Queda en la disputa de los ?lósofos especializados en los presocráticos, determinar si el fuego al que aludía Heráclito era una metáfora del devenir o una realidad física que supera los tenues límites del mundo del signi?cante y del signi?cado. Pero independientemente de los resultados de esta disputa, cabe señalar que el fuego sería una pieza clave en la interpretación heracliteana del arche (principio sustentador) del mundo.

Ya bien entrados los noventa, cuando iniciaba mis estudios de abogacía, otro texto se sumó a los anteriores: “La ciudad antigua” de Fustel de Coulanges. Fue con este texto que mi hipótesis inicial se vio en aumento pretendiendo abarcar un nuevo elemento: el culto a los muertos. Así, ya se trataba de buscar una conexión entre el fuego, el culto a los muertos (la religión), el trabajo y el derecho, como referentes explicativos de la cultura humana.

Esto supuso que en varios trabajos escritos en aquel entonces, se observara tal preocupación que rondaba mi cabeza, siendo la fuerza de gravedad de tales ideas (aquella fuerza que impedía que éstas se esparcieran en el mundo sin rumbo ?jo, y que a su vez las limitaba a que dieran vueltas -creí incluso que inde?nidamente- alrededor de mi mente), la suma de dos cosas, a saber:

- La necesidad de encontrar un principio orientador del mundo y por tanto de mi mundo.
- La ansiedad por no saber si había escogido un camino correcto: el saber, la disputa académica, el viajar por lo humano con la guía de los conceptos.

Así, por ejemplo, en mi trabajo de grado de derecho planteo un concepto que surgió de mis re?exiones sobre el fuego, la cultura, la muerte, la religión y el trabajo: la visión responsable. En el trabajo de grado de la licenciatura de ?losofía y letras, abordo un somero estudio que desearía profundizar en otra oportunidad sobre la metáfora del fuego y del viaje, que representan la actividad del ?lósofo, haciendo un pequeño listado de los pensadores que aluden a estas dos metáforas para designar su quehacer.

Pero fue con la publicación del artículo citado en el pié de página número uno de este trabajo donde se articuló mi propuesta inicial de análisis de los tópicos antes dichos.

¿Pero qué decía ese artículo? Dada la di?cultad de consecución de dicho artículo en otros países, haré un resumen muy escueto (y por tanto pecará de ligero) sobre algunas proposiciones allí escritas.

2. El fuego como referente explicativo de la cultura y del derecho

Inicié dicho artículo con lo siguiente:

Se pretende “investigar el contenido signi?cativo del fuego en la Grecia de Heráclito, con el ánimo de establecer lazos y explicaciones de los fragmentos de éste. En otras palabras pretendo hacer observar que la palabra fuego tenía un contenido muy distinto al que tiene hoy día, por lo que se hace indispensable al momento de analizar al “Oscuro de Éfeso” (denominación con la que se conoce a Heráclito) tener en cuenta toda la carga emocional del concepto en torno al cual va a gravitar su pensamiento. Esto sin desmedro del hecho, (como se verá en las conclusiones), que Heráclito pretendió llevar a campos del logos un término reservado únicamente a lo mítico, lo cual constituye un gran mérito.

“Fustel indica que la religión antigua greco-romana (varios siglos antes de la adoración de Júpiter o Zeus) y el crecimiento de las ciudades mediterráneas van de la mano con la adoración del fuego. “La dominación social y política se sirve de un manejo de los valores: de ahí la solidaridad entre el poder religioso y el poder político”. Por tanto, al llegar la palabra “fuego” con ese largo camino emocional a la ciudad de Éfeso, encontraremos interesantes puntos de análisis que enriquecerán cualquier observación. Pero, si se acepta la anterior a?rmación, debe reconocerse que las palabras evolucionan. En un principio, es lo más fácil de suponer, la formación de la idea de un objeto coincidía casi completamente con la sensación personal que éste nos causaba (por esto a?rmaba Wagner que la primera lengua humana debió ser parecida al canto, por su cercanía con los sonidos de la naturaleza). Pero las palabras no se detuvieron: se desenvolvieron en una dirección cada vez más abstracta. El fuego, entonces, como palabra, estuvo y está en un proceso de desenvolvimiento, y es este proceso acumulativo el objeto de la presente investigación.

Así las cosas, no hay nada más interesante que descifrar en su verdadero contexto histórico la formación de pensamientos y de palabras. Ninguna idea se disloca de un afán que impone la realidad (que me perdone Platón). El fuego, el logos y el pólemos ya tenían una gran carga emocional y política al momento de ser ex-puestas por Heráclito, algo que la cultura occidental ha intentado olvidar, siempre es mejor recoger lo que deseamos, es más fácil traer con una clara intención a los presocráticos para juzgarlos con la fuerte balanza occidental, observar desde nuestra experiencia, por eso es que han salido tan mal librados, de la misma forma que, si esta tendencia de estudiar el pasado continua, seremos sentenciados con severidad por nuestra segunda o tercera generación.

Entonces, sí es necesaria una nueva visión de Heráclito, un nuevo retorno al pensador presocrático desenmarcándonos de nuestras experiencias, ¿Pero cómo hacer esta visión del pasado sin los riesgos de contaminarlo con el presente? Esta visión del pasado y de la cultura griega debe tener ciertas exigencias. No cualquier observación tendría el carácter apropiado. La visión que del fenómeno griego antiguo debemos hacer impone una visión individual responsable, en el sentido que debe responder con razones a la observación y a las hipótesis planteadas. Ahora preguntémonos ¿Cuál es el mejor sujeto para dicha “visión responsable” ?, sin duda alguna sólo el aventurero, el guerrero al que alude Nietzsche, es el único capaz de afrontar la historia de la ?losofía en su verdadera realidad”.

Continuo exponiendo en el artículo en cuestión que para Fustel, el hombre consideró al fuego como algo propio de lo “dado”, de la divinidad. Es fácil comprender esta premisa, el fuego era un producto que garantizaba la supervivencia del hombre primitivo y ante su imposibilidad de generarla por sus propios medios apeló al escenario de lo mítico como verdadera y inefable razón del mismo. Se propuso, pues, en ese trabajo, que el medio afecta al hombre (tanto individual como colectivo), y éste a su vez modi?ca al medio (especial o general), pero este último es bien diverso del primer medio, pues si se acepta el cambio y el movimiento, no puede esperarse que sean exactamente iguales dos situaciones, así sucesivamente (lo sucesivo no implica necesariamente lo causal-mecanicista: el azar entra en juego).

En consecuencia, la principal fuente de las primeras religiones data de la admiración por ciertos elementos naturales, en especial al fuego, sumado al paulatino desarrollo del cerebro humano gracias al mejoramiento de su dieta alimenticia y su adaptabilidad a la naturaleza. Incluso el fuego permitió la aparición de algo que daría pié al surgimiento de lo humano: la alimentación cocida.

Este cambio determinante en el proceso de evolución del mono en hombre, es relatado, desde la visión mitológica suramericana, por Lévi-Strauss, que muestra cómo, ante el asombro del dominio del fuego que permite comer carne asada, el hombre primitivo del nuevo mundo decide miti?carlo como un regalo (en otros relatos míticos de la zona se describe a los indígenas no como los agasajados de un obsequio sino como ladrones) del jaguar.

Poco después en la historia humana (la humanidad es un soplo frente a la inconmensurabilidad del tiempo cósmico), el fuego pasó a ser generado arti?cialmente, pero esto no descargó su contenido emocional. En aquella época era obligación sagrada del dueño de cada casa - parcela mantener el fuego día y noche, y desgraciada aquélla en la que llegase a apagarse. De aquí se deriva la máxima aun vigente de hogar (fuego familiar) extinguido, familia extinguida. Pero de la misma forma como regía el deber de mantener el fuego en cada casa, así mismo cada ciudad para garantizar su supervivencia debía establecer un lugar de adoración en el cual presidiera la llama. Es ante estos lugares donde empezaba a con?gurarse la organización social y religiosa colectiva, en oposición a la doméstica que poco a poco se debilitaba.

Entonces, el fuego se convierte en un importante elemento sagrado tanto en una casa como en la ciudad, por lo cual no podía ser alimentado de cualquier forma. La divinidad siempre ha sido exigente, siempre ha pedido algo a cambio de sus favores: “La comida era el acto religioso por excelencia, puesto que el dios (fuego) la presidía, había cocido el pan y los alimentos y debía, por tanto, dirigírsele una oración al principiarla y acabarla. Antes de comer se depositaban los manjares en el altar, y antes de beber se derramaba la libación del vino, y éstas eran las porciones del dios”.

Siendo así el fuego un elemento importante en la nueva estructura doméstica y colectiva del hombre antiguo, no es difícil entender su importante valor religioso, al punto que al aparecer nuevos dioses gracias al creciente desarrollo de la capacidad de idealización y de inventiva, el fuego seguía siendo adorado, pero ahora como conductor o intermediario de las nuevas divinidades. “Toda súplica a un dios, fuera el que fuese, debía empezar y acabar por otra(:) al hogar”. En presencia del fuego siempre se han realizado todos los actos divinos, las ofrendas, las libaciones y las hecatombes en las culturas humanas que hasta ahora he estudiado. El fuego sirve entonces de mediador entre la intención humana y la divinidad protectora (y con ellos a los antepasados muertos).

Además, la consecuente evolución de la religión primitiva, de pasar de la adoración de procesos naturales a la de seres míticos humanizados, conlleva una nueva valoración del concepto fuego. “Desde luego observaremos que en la idea de los hombres el fuego que se mantenía en el hogar no es el fuego de la naturaleza, porque lo que en él se ve no es el elemento puramente físico que calienta y arde, que transforma los cuerpos y funde los metales, sino otro elemento de diferente naturaleza, a saber: un fuego puro que no puede obtenerse más que con la ayuda de ciertos ritos, ni mantenerse sino con la leña de determinados árboles, y un fuego casto, porque en su presencia no es lícita la unión de los sexos”. De esta manera un antiguo diferenciaba el fuego que quemaba un bosque por los azotes del verano del que cocía sus alimentos y regía su culto doméstico a los muertos, y el de la ciudad a sus divinidades protectoras y héroes fallecidos.

La nueva conceptualización del fuego, como desbordante de lo meramente físico, permitió identi?carlo con la fuerza vinculante y organizadora de toda estructura humana como producto de un proyecto divino. “El fuego del hogar es, por consiguiente, una especie de ser moral... comprende los deberes y vigila para que se cumplan... Verdaderamente es el dios de la naturaleza humana... Se vio en ella (re?riéndose a Vesta, la diosa virgen asociada a la concepción primitiva del fuego) a un alma universal que arreglaba los movimientos de las mundos a la manera que el alma humana rige la función de nuestros órganos”; algo muy de la mano de Heráclito especialmente en su fragmento 30 que sirve de prueba de la importancia que tiene desocultar el ser del fuego en las circunstancias témporo - espaciales propias de la época del pensador presocrático.

Siguiendo este curso de ideas, debo anotar que el fuego, al recoger todas las expresiones imposibles de explicar por parte del hombre antiguo, las traduce por sí y en sí. “Puede, por consiguiente, creerse que el hombre doméstico no fue, en su origen, más que el símbolo del culto de los muertos; bajo la piedra del hogar reposaba un antepasado; que se encendía el fuego en honor suyo, y que este fuego era como una prolongación de su vida o representaba su alma siempre en vela... antigua religión que no tomó sus dioses de la naturaleza física, sino del hombre, y que adoraba al ser invisible que se encierra dentro de nosotros, a la fuerza moral y pensante que anima y gobierna nuestro cuerpo”.

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